Gentileza de compañeros de Cruz del Sur a través de Mirtha Muragüa (Iceberg por Radio Argentina)
“Es una medida positiva”
Por Néstor Leone
Respetado tanto en el ámbito académico como en el político, Aldo Ferrer no evade las preguntas y brinda en cada respuesta una definición contundente. En esta entrevista, habla de su acuerdo con el pago al Club de París, cuestiona al establishment económico por sus reparos ante la decisión del Gobierno y analiza el rumbo del país en el mediano plazo.
Qué análisis hace de la cancelación de la deuda con el Club de París?
Es una medida positiva porque se cancela con recursos propios un pasivo que estaba pendiente. El Club de París, conforme a sus normas, pedía un monitoreo del Fondo Monetario para renegociar la deuda, pero pasar otra vez por la intromisión de ese organismo, nunca me pareció lo más saludable. La opción, entonces, era seguir con esta situación irresuelta, que no se justificaba dada la fortaleza financiera que recobró el país, o cancelar en una sola operación el saldo pendiente. Creo que se eligió la salida más atinada. Se dijo también que esos recursos se podrían haber utilizado para saldar la deuda social, que existe y es mucha, pero no me parece que sea una crítica correcta. No se puede confundir stock con flujo. La deuda social no se resuelve con un solo pago y de una sola vez, sino que es una demanda continua de gasto corriente, de inversiones en salud, en educación, en atender a los sectores vulnerables. Es decir, se salda con un país menos atado y con más capacidad para crecer.
Otro cuestionamiento estaba referido a la legitimidad de esos compromisos contraídos. En este punto hay que plantear la diferencia entre lo que es legítimo y lo que es legal. Una cosa es que la deuda se haya adquirido en el marco de políticas inconsistentes con el interés nacional, como sucedió con la deuda externa argentina. Pero, desde el punto de vista de la legalidad de los bonos, ésta es una discusión que ya no tiene lugar en el marco del orden internacional. No queda margen para discutirlo.
¿Está bien que se haya hecho en este momento y con reservas del Banco Central?
Me parece bien y el momento es el adecuado. La emergencia económica ya pasó. Tenemos un país reordenado, con capacidad de pago, con una situación macroeconómica sólida y con reservas suficientes en el Banco Central como para dar solidez a cualquier movimiento. Con la experiencia de la operación de canje exitosa con los bonistas y la cancelación con el FMI, no se justificaba extender el pago. Por otro lado, la magnitud de la operatoria es menor, sobre todo en relación con las reservas del país. Tenga en cuenta que involucra no más del 14 por ciento de las reservas.
¿Y cómo queda el país ante eventuales ataques especulativos?, ¿puede caerse en alguna situación de vulnerabilidad?
No, porque disminuye un activo, pero también disminuye un pasivo. En realidad, la operación tiene sentido si la Argentina persiste por esta senda de crecimiento sostenido. Con una sólida situación fiscal, con un tipo de cambio competitivo, con superávit gemelos va a pasar lo mismo que pasó cuando se saldó la deuda con el Fondo: el país no va a tardar mucho en recuperar lo que destinó al pago. Acá, el problema no es el efecto de esta deuda sobre la macroeconomía, sino en qué medida esta decisión es consistente con otras políticas complementarias.
Uno de los argumentos del Gobierno es que, de esta forma, se logra mayor autonomía de los centros del poder económico, ¿coincide?
No caben dudas de que éste es un gesto de la fortaleza argentina y una muestra de la manera en que cambió este país. Hace algo más de cinco años, estábamos mendigando ayuda internacional, de rodillas, con decenas de cuasimonedas, con un desorden increíble de las cuentas públicas, con el trueque como forma de organización propia de una sociedad precapitalista, sin hablar del corralito y todas las formas que adquirió la degradación del país. De esa situación, tan dramática, a ésta, en la cual el país se da el lujo de cancelar una deuda al contado, con recursos propios, me parece un gran salto. Habla de solidez, de que el país hoy está al mando de su rumbo económico, financiándose en el mercado interno y con una tasa de inversión que pasó del 11 por ciento del PBI, en 2002, a casi el 24, en la actualidad. Es cierto que falta un montón de cosas por resolver, pero también lo es que, de esta manera, se contribuye a dar un paso importante para solucionar otras cuestiones. Normalizar la relación con el exterior era importante, incluso, para complementar el ahorro nacional y genuino.
¿Por qué, entonces, tantos reparos por parte de aquellos economistas que tanto abogaron por el pago?
Tiene que ver con las concepciones de las que se parte. Los economistas, ante cada hecho, opinan conforme a sus premisas, a sus enfoques económicos. Y si en ese enfoque prevalece la idea de que somos un país periférico que está vinculado al mercado mundial en una situación subordinada que no puede revertirse, no es raro que se aconsejen políticas que tiendan a reproducir esa lógica. Fue lo que pasó durante la última dictadura o durante la última década. Por eso se mofan cuando, sin sacar los pies del orden mundial, el país intenta otra cosa, un desarrollo con más autonomía de los centros de poder, de defensa del patrimonio nacional, cuando se intenta movilizar el ahorro interno o se pretende que el lugar más rentable para el dinero argentino sea nuestro propio país. Son concepciones distintas, que implican perspectivas distintas. Por suerte, el Gobierno opta por estas otras.
Todavía quedan más de 25 mil millones de dólares en bonos en default. Hay quienes ya presionan y dicen que, si no se arregla con estos bonistas, será difícil obtener nuevas fuentes de financiamiento, aun, luego de saldar esta deuda.
No es cierto. La Argentina hizo una oferta, en su momento, que fue aceptada por el 80 por ciento de los bonistas. El tiempo demostró que fue más que satisfactoria. Los que quedaron afuera, los que hoy tienen esos papeles (que no son pequeños ahorristas, sino especuladores) deberán asumir el riesgo que significó una decisión de ese tipo. Es cierto que tienen sectores interesados en que el Gobierno cambie de idea, pero no creo que tengan la suficiente capacidad de lobby para torcer el rumbo. Menos, en estas circunstancias, con un país que ya demostró que tiene voluntad de cumplir sus compromisos sin dejarse pasar por encima. Pero el problema financiero está de fronteras para adentro: ¿cómo se hace para movilizar toda esa masa de ahorros que el país tiene en proyectos productivos que consoliden este crecimiento? Algunos pasos se están dando. Hay que seguir en eso.
Sin embargo, al “mercado” parece que todo le resulta insuficiente.
El mercado es responsable, en buena medida, de la irracionalidad económica. La crisis de las hipotecas en Estados Unidos es un ejemplo. Se montan burbujas, se producen efectos en manadas sobre bases endebles, aumentan los valores de una manera espectacular, generan deudas sociales importantes y, cuando cambia el viento, las cosas empiezan a no funcionar. Cuando un país se mantiene atado a estos arrebatos especulativos vive con el corazón en la boca y preso de las evaluadoras de riesgo. El mercado es un dato del que no se puede prescindir, pero al que hay que controlar, por su alto grado de irracionalidad, si no se quiere caer en ella. Es así, acá y en todas partes.
Antes de esta decisión, el discurso de crisis inminente parecía establecido. Miguel Kigel, un economista que nadie puede asociar con el kirchnerismo ni con vocación de disentir con los “mercados”, había señalado días atrás que el “mercado” se empeñaba en “sobreestimar el riesgo de default”.
Ahí se juntan elementos políticos, malos humores y malas intenciones. La política heterodoxa argentina ha despertado mucha irritación en los cultores de la ortodoxia y, sobre todo, en los sectores que todavía mantienen la idea de que éste es un país impotente que tiene que estar subordinado al mercado mundial. Por eso, cuando se aplica este tipo de medidas y estas medidas tienen resultados, aparecen estas resistencias que no tienen ningún fundamento en la realidad. Creo que tampoco hay que darles tanto valor. Ante estas visiones apocalípticas hay que demostrar que el país está solvente, que se financia con recursos propios, que crece el ahorro interno. Medidas como éstas ayudan en ese sentido, más allá de lo que puedan decir para mostrarse más duros.
CLUB DE PARIS - OPINIÓN DE ALDO FERRER
Diseño e iconos por N.Design Studio | A Blogger por Blog and Web