17/09/2008
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Los medios no son intocables
Por Mónica González
En Chile muy pocos se atreven a asumir un hecho del que todos somos cómplices. Y éste tuvo lugar al iniciarse la recuperación democrática en 1990. Fue entonces que la derecha económica decidió qué balance había que hacer de lo ocurrido durante los 17 años de dictadura: la guerra sucia y sus costos le fueron endosados a los militares y los cambios estructurales se los adjudicaron los civiles del régimen: los grandes empresarios y la derecha política.
Fue así como, en un camino no exento de amenazas y múltiples obstáculos, en los tribunales comenzaron a desfilar los militares al mismo tiempo que se acumulaban las pruebas que durante tantos años negaron. Los civiles no fueron interpelados y menos cuestionados.La impunidad a los civiles que se beneficiaron con las privatizaciones y a los que ordenaron entregar grandes sumas de dinero para financiar las cárceles secretas, el terrorismo de Estado internacional, además de los miles de agentes secretos que sembraron el terror en las calles de Chile, incluyó a los dueños de medios, directores y periodistas que apoyaron con sus mentiras públicas a la dictadura.
No es una impunidad aislada la de los medios de comunicación y periodistas que dijeron una y otra vez que los desaparecidos no existían, que no había dictadura, que los muertos eran extremistas que se mataban entre sí, que no había tortura y menos campos de concentración.Es parte del pago por haber sostenido un régimen de facto que liquidó sindicatos y leyes, además de asesinar y torturar, preparando el terreno para hacer cambios sustanciales al sistema económico sin Congreso. Esos cambios, como el nuevo sistema privado de seguridad social y de salud o la eliminación de la negociación colectiva para los trabajadores, les han permitido a los grandes empresarios acumular ganancias como nunca antes en la historia de Chile.
No es de extrañar entonces que la sanción por primera vez en Chile del Colegio de Periodistas a los directores de medios y periodistas que participaron en operaciones de la guerra sucia, no haya tenido casi difusión.Y ello porque los mismos grupos económicos que participaron activamente con Estados Unidos en el derrocamiento de Allende y apoyaron la dictadura siguen siendo sostén de los medios.
Documentos desclasificados en estos días en USA revelan la conversación entre Kissinger y el presidente Nixon en medio de los preparativos para derrocar a Allende, en la que el primero le informa que “Agustín Edwards ha huido de Chile y llega el lunes”. Y le dice que se reunirá con él el mismo lunes. Edwards era entonces dueño y director del diario El Mercurio, el de mayor circulación y el más influyente en Chile. Sigue siéndolo. No ha sido jamás interpelado y nadie le pide cuentas. Tampoco la ciudadanía que sigue comprando su diario mientras él da clases de autoridad moral a través de su Fundación Paz Ciudadana a la que concurren los hombres y mujeres del poder. Lo grave es que esa impunidad no es gratis. Para los periodistas, claro está.
Es allí donde se origina la pérdida de dignidad y de independencia para nuestra tarea, una función clave para que la democracia funcione. Es allí donde está la raíz de la nueva estructura de los medios donde el mejor editor es el que sabe aplicar tijera y asfixiar la verdad sin mencionar jamás la palabra censura. El que entiende cual es la red de intereses económicos en los que está inserto su medio además de los grandes publicistas para que no sean perturbados con ninguna información que devele sus prácticas irregulares o abusivas. Hay que reaccionar. Y no como toros rabiosos.
Hay que ubicar a los que fueron más simbólicos con sus mentiras –y lo siguen siendo- y difundir su currículo. Con hechos y testimonios irrefutables. Que al menos le sea incómodo a un Mariano Grondona o a un Carlos Acuña seguir proclamándose como profesionales del periodismo cuando los hechos prueban que sólo han sido peones bien pagados de un sector que dejó un balance de muertos y desaparecidos. Lo importante es que cada periodista los conozca y entienda que el camino para recuperar dignificad, independencia y por qué no decirlo, goce de hacer periodismo de verdad, está en la pequeña batalla diaria que se libra en cada redacción de radio, diario o canal de TV para que los medios sean controlados por indicadores serios. Que mentir o hacer operaciones con informaciones falsas tenga un costo.
No podemos permitir que los medios de comunicación sigan siendo intocables. Somos nosotros periodistas los primeros que debemos exigir calidad y rigor en la información de nuestra fuente de trabajo. Ello demanda más esfuerzo, pero es allí donde nos estamos jugando el futuro de nuestra profesión.
Por Mónica González
En Chile muy pocos se atreven a asumir un hecho del que todos somos cómplices. Y éste tuvo lugar al iniciarse la recuperación democrática en 1990. Fue entonces que la derecha económica decidió qué balance había que hacer de lo ocurrido durante los 17 años de dictadura: la guerra sucia y sus costos le fueron endosados a los militares y los cambios estructurales se los adjudicaron los civiles del régimen: los grandes empresarios y la derecha política.
Fue así como, en un camino no exento de amenazas y múltiples obstáculos, en los tribunales comenzaron a desfilar los militares al mismo tiempo que se acumulaban las pruebas que durante tantos años negaron. Los civiles no fueron interpelados y menos cuestionados.La impunidad a los civiles que se beneficiaron con las privatizaciones y a los que ordenaron entregar grandes sumas de dinero para financiar las cárceles secretas, el terrorismo de Estado internacional, además de los miles de agentes secretos que sembraron el terror en las calles de Chile, incluyó a los dueños de medios, directores y periodistas que apoyaron con sus mentiras públicas a la dictadura.
No es una impunidad aislada la de los medios de comunicación y periodistas que dijeron una y otra vez que los desaparecidos no existían, que no había dictadura, que los muertos eran extremistas que se mataban entre sí, que no había tortura y menos campos de concentración.Es parte del pago por haber sostenido un régimen de facto que liquidó sindicatos y leyes, además de asesinar y torturar, preparando el terreno para hacer cambios sustanciales al sistema económico sin Congreso. Esos cambios, como el nuevo sistema privado de seguridad social y de salud o la eliminación de la negociación colectiva para los trabajadores, les han permitido a los grandes empresarios acumular ganancias como nunca antes en la historia de Chile.
No es de extrañar entonces que la sanción por primera vez en Chile del Colegio de Periodistas a los directores de medios y periodistas que participaron en operaciones de la guerra sucia, no haya tenido casi difusión.Y ello porque los mismos grupos económicos que participaron activamente con Estados Unidos en el derrocamiento de Allende y apoyaron la dictadura siguen siendo sostén de los medios.
Documentos desclasificados en estos días en USA revelan la conversación entre Kissinger y el presidente Nixon en medio de los preparativos para derrocar a Allende, en la que el primero le informa que “Agustín Edwards ha huido de Chile y llega el lunes”. Y le dice que se reunirá con él el mismo lunes. Edwards era entonces dueño y director del diario El Mercurio, el de mayor circulación y el más influyente en Chile. Sigue siéndolo. No ha sido jamás interpelado y nadie le pide cuentas. Tampoco la ciudadanía que sigue comprando su diario mientras él da clases de autoridad moral a través de su Fundación Paz Ciudadana a la que concurren los hombres y mujeres del poder. Lo grave es que esa impunidad no es gratis. Para los periodistas, claro está.
Es allí donde se origina la pérdida de dignidad y de independencia para nuestra tarea, una función clave para que la democracia funcione. Es allí donde está la raíz de la nueva estructura de los medios donde el mejor editor es el que sabe aplicar tijera y asfixiar la verdad sin mencionar jamás la palabra censura. El que entiende cual es la red de intereses económicos en los que está inserto su medio además de los grandes publicistas para que no sean perturbados con ninguna información que devele sus prácticas irregulares o abusivas. Hay que reaccionar. Y no como toros rabiosos.
Hay que ubicar a los que fueron más simbólicos con sus mentiras –y lo siguen siendo- y difundir su currículo. Con hechos y testimonios irrefutables. Que al menos le sea incómodo a un Mariano Grondona o a un Carlos Acuña seguir proclamándose como profesionales del periodismo cuando los hechos prueban que sólo han sido peones bien pagados de un sector que dejó un balance de muertos y desaparecidos. Lo importante es que cada periodista los conozca y entienda que el camino para recuperar dignificad, independencia y por qué no decirlo, goce de hacer periodismo de verdad, está en la pequeña batalla diaria que se libra en cada redacción de radio, diario o canal de TV para que los medios sean controlados por indicadores serios. Que mentir o hacer operaciones con informaciones falsas tenga un costo.
No podemos permitir que los medios de comunicación sigan siendo intocables. Somos nosotros periodistas los primeros que debemos exigir calidad y rigor en la información de nuestra fuente de trabajo. Ello demanda más esfuerzo, pero es allí donde nos estamos jugando el futuro de nuestra profesión.